- Una ciudadana alemana regenta un supermercado especializado en comercializar alimentos con formas extrañas.
- La lucha contra el desperdicio alimentario pasa también por aprovechar frutas y verduras que no tienen un aspecto perfecto.
Cerceda, a 14 de febrero de 2019.- Nicole Klaski es una joven alemana que vive en la ciudad de Colonia y que hace un par de años fundó un curioso supermercado, “THE GOOD FOOD”, en el que el protagonismo recae en frutas y verduras cuyas extrañas formas o pequeño tamaño les han impedido acceder a los grandes circuitos comerciales.
Zanahorias con forma de patas de gallo, pepinos retorcidos, patatas con forma de corazón o mazorcas de maíz a las que faltan algunos granos atraen las miradas de los clientes.
“Imagínate si todas las personas en el planeta fueran exactamente iguales. Sería aburrido. Lo mismo ocurre con las hortalizas. Deberíamos estar celebrando su diversidad”, afirma Klaski, que desde 2017 sostiene una cruzada contra el desperdicio alimentario en un país que, cada año, desecha la friolera de 11 millones de toneladas de alimentos.
Cada semana, esta joven emprendedora y un grupo de voluntarios visitan las granjas próximas a Colonia y recuperan aquellos alimentos que, debido a su extraña apariencia o a sus imperfecciones o pequeño tamaño han sido desechados para comercializarlos a través de las grandes cadenas de supermercados.
Además, también recuperan en los supermercados locales alimentos próximos a caducar, pero que todavía se encuentran en perfectas condiciones para ser consumidos. Estos productos se venden en el establecimiento de Nicole al precio que los compradores consideren justo.
Es innegable que las grandes empresas comercializadoras de alimentos tienen un importante papel que desempeñar en la lucha contra el desperdicio de comida. Pero no es menos cierto que son los consumidores quienes inducen ciertos comportamientos, al rechazar los comestibles que no tienen una apariencia perfecta.
Si tenemos presentes los costes de todo tipo que intervienen en la producción y distribución de lo que comemos (semillas, tierra, agua, abonos, combustibles, mano de obra), tal vez comprendamos mejor el elevado coste medioambiental que conlleva este fenómeno.
En un mundo en el que muchos millones de seres humanos aún padecen el azote del hambre y la malnutrición, el uso racional de los recursos, particularmente de los alimentos es, no sólo una decisión económica y medioambientalmente rentable, sino, por encima de todo, una obligación moralmente exigible.
Fuente: FAO
Imagen: Pixabay
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