- Artículo de opinión del presidente ejecutivo de la Sociedade Galega do Medio Ambiente, Javier Domínguez Lino
El desorbitado precio de la energía, acrecentado por la guerra de Ucrania, está limitando en gran medida la actividad de muchas empresas y castigando con dureza los bolsillos de las familias, cuyas economías se encuentran todavía debilitadas por las serias consecuencias de una pandemia que dura ya demasiado tiempo.
Sin duda, la célebre frase de que “La energía mueve el mundo”, cobra actualmente todo su sentido en una sociedad que ha incorporado de lleno las nuevas tecnologías a su forma de vida. El consumo energético se dispara y crece cada año porque nuestro día a día requiere de buenas dosis de electricidad y combustibles.
El escenario bélico que nos ha tocado vivir, y que supone un desafío para Europa y el resto del mundo, nos ha obligado a viajar en el tiempo y afrontar un imperialismo trasnochado y nostálgico que, a la postre, ha puesto en evidencia lo que ya todos sabíamos: nuestra alta dependencia energética externa, viéndose incluso comprometidas las importaciones de materias primas básicas.
A pesar de que los expertos lo llevan advirtiendo desde hace muchos años, el negativo impacto ambiental y el alto coste de las fuentes tradicionales de energía (petróleo y carbón fundamentalmente), requiere de alternativas más ecológicas que podemos encontrar aquí y ahora. Es por ello que las energías renovables deben recoger el guante y aprovechar las fortalezas de cada territorio para arrojar luz sobre un escenario aciago que se apaga día tras día y que compromete nuestra subsistencia en el mundo que hoy conocemos.
La producción de energía a partir de los residuos no reciclables, constituye una magnífica vía de apoyo. Así lo han visto, desde hace décadas, los países europeos más avanzados y respetuosos con el medio ambiente, que cuentan con cerca de 500 plantas de valorización energética, muchas de las cuales conviven en armonía con los habitantes de las grandes ciudades, en cuyo centro se ubican para optimizar los recursos que generan (electricidad y vapor para alimentar las calefacciones de las comunidades vecinas). Es el llamado District Heating.
Conviene reiterar, una vez más, que este tipo de instalaciones son las más vigiladas desde el punto de vista operativo y medioambiental, y se encuentran sujetas a rigurosos y exhaustivos controles, mucho más exigentes que los que rigen para otras plantas industriales.
Los accionistas y promotores de la creación de Sogama, hace 30 años, fueron unos visionarios al entender que desperdiciar residuos en un vertedero, como se venía haciendo en la década de los 90, no solo constituía una seria amenaza para el entorno y la salud pública, sino que implicaba enterrar un recurso tan valioso como es la energía, que hoy esta empresa pública aprovecha a través de las tecnologías más innovadoras del mercado, generando el equivalente al consumo del 12% de los hogares gallegos.
Al igual que Galicia, otras comunidades tales como el País Vasco, Cataluña, Cantabria, Baleares y Madrid, apostaron en su momento por la transformación de residuos en recursos (reciclando la parte susceptible de ser recuperada por esta vía y transformando en energía la no reciclable), conscientes de que desperdiciar energía y hacerlo además con un alto coste, suponía un gran retroceso ambiental y económico.
Y, gracias a la producción de energía a partir de los residuos no reciclables, uno de los muchos efectos positivos que perciben nuestros ciudadanos es que el canon que Sogama aplica a los ayuntamientos adscritos a su sistema es hoy el más barato de Galicia y de España.
Sin duda, la valorización energética es una de las energías que mueven la economía circular.
Javier Domínguez Lino
Presidente ejecutivo