- Así lo manifestó Héctor Barco, experto en la materia, en una entrevista concedida a la revista de Sogama del pasado mes de marzo.
- En la misma se refirió a dos clases de desperdicio alimentario: el que tiene lugar en muchos países no industrializados por el mal estado de las infraestructuras y el que se produce en los países avanzados por razones tales como la pérdida de cultura culinaria, criterios estéticos o por mantener la apariencia de abundancia.
- Si bien los hogares europeos son responsables del desperdicio alimentario en un 53%, lo cierto es que el 47% se encuentra en la cadena agroalimentaria.
- Llamó la atención sobre una paradoja incomprensible a día de hoy: “podemos comunicarnos en un minuto, pero no somos capaces de rebajar las tasas del hambre y seguimos arrojando alimentos a la basura”.
- La preferencia por los alimentos “guapos” constituye otro sinsentido, ya que, mientras se exige una agricultura más ecológica y con menos fertilizantes y pesticidas, en el mercado compramos productos estéticamente perfectos.
Cerceda, a 10 de mayo de 2019.- En el mundo se desperdicia un tercio de los alimentos que se producen para el consumo humano. Y esto es así cuando todavía muchas personas se mueren de hambre cada día. Un sinsentido que estudian expertos en la materia como Héctor Barco, Licenciado en Ciencias Ambientales con un largo bagaje académico y profesional que le ha llevado precisamente a realizar una tesis doctoral sobre esta temática en la Universidad de Deusto y que acaba de regresar de una estancia internacional en el centro de investigación de la Comisión Europea Joint Research Centre.
En una entrevista concedida a la revista de Sogama del pasado mes, Barco se refirió a dos clases de desperdicio alimentario: el que tiene lugar en muchos países no industrializados por el mal estado de las infraestructuras y el que se produce en los países avanzados por otros motivos tales como la pérdida de cultura culinaria, criterios estéticos o simplemente por mantener la apariencia de la abundancia.
No obstante, de todas las razones que pueden llevar a este fenómeno, el entrevistado destaca la que, a su juicio, cobra más peso “No ser conscientes de un problema” con negativas consecuencias ambientales, económicas y sociales. La buena noticia es que es reversible si tomamos conciencia de lo que se puede hacer y lo que tenemos que hacer.
Barco realiza un análisis profundo enmarcado en una paradoja que invita a la reflexión: “Es inadmisible que podamos comunicarnos desde cualquier parte del mundo en un segundo, pero que sigamos sin reducir las tasas de hambre y continuemos arrojando alimentos a la basura”.
PROBLEMA COMPLEJO, PERO CON SOLUCIÓN
El fenómeno tiene muchas aristas con múltiples interrelaciones. Por ejemplo, que se estén talando selvas de lugares remotos para alimentar al ganado del primer mundo que produce artículos que luego se convierten en residuos.
Desde la vertiente ambiental, las implicaciones son realmente preocupantes: “Si el desperdicio alimentario fuese un país, seríamos el tercer país del mundo en emisiones de gases de efecto invernadero, tan solo por detrás de Estados Unidos y China”. En este contexto, aseguró que “podemos disminuir el impacto ambiental de la humanidad sobre el planeta simplemente evitando el despilfarro de comida”.
Asimismo, considera necesario poner en valor los alimentos, ya que, debido al abaratamiento de los precios en las últimas décadas, hemos dejado de otorgarles el valor que realmente sí tienen, al tiempo que clama por el derecho a una alimentación digna y saludable para todas las personas.
Si bien los hogares europeos son responsables del desperdicio alimentario en un 53%, lo cierto es que el 47% se encuentra en la cadena agroalimentaria. No obstante, algo está cambiando. Por ejemplo, las patatas que antes no se vendían por su tamaño o estética, se están transformando para ser utilizadas en el sector de la restauración.
Barco Balea considera clave que cada entidad cuantifique su nivel de desperdicio alimentario y, a partir de ello, lleve a cabo un plan de acción para minimizarlo. Esto ya está ocurriendo en hospitales, restaurantes, empresas de catering y centros escolares.
Respecto a la estética de los alimentos, asegura que hemos caído en otra paradoja ya que, mientras exigimos una agricultura más ecológica y con menos fertilizantes y pesticidas, en el mercado compramos productos estéticamente perfectos. Lo curioso es que, para evitar un simple daño estético de un alimento, completamente inocuo, se añaden mayores dosis de pesticidas que sí son perjudiciales para la salud.
Asegura también que las tendencias de compra en grandes superficies comerciales y el abandono del establecimiento local y de barrio, donde el consumidor contaba con el asesoramiento del tendero, ha dejado en manos del ciudadano la decisión de compra, que, a falta de conocimiento y asesoramiento, se guía en muchas ocasiones por el precio y la estética.
Héctor Barco pide, por encima de todo, coherencia, reflexión y diálogo en torno a un problema que nos afecta a todos y en cuya solución debemos participar todos.
Saludos, Departamento de Comunicación