- Según un informe publicado por la revista médica The Lancet, en uno de cada tres países de renta baja y media, se constatan las dos caras de la mala nutrición: la desnutrición y la obesidad.
- Para cambiar esta situación se requiere aplicar medidas en todas las etapas de los sistemas alimentarios: desde la producción y el procesado hasta la reducción del desperdicio alimentario.
- El documento indica que los programas contra la desnutrición deben rediseñarse, destacando que los prestados a través de los servicios de salud, las redes de seguridad social, los entornos educativos y los sistemas agrícolas, ofrecen oportunidades para combatir las enfermedades relacionadas con la alimentación.
Cerceda, a 3 de enero de 2020.- Según un informe publicado por la revista médica The Lancet, en uno de cada tres países de renta baja y media, se constatan las dos caras de la mala nutrición: la desnutrición y la obesidad. En este escenario, la OMS (Organización Mundial de la Salud) llama a adoptar un nuevo enfoque para gestionar los cambiantes sistemas alimentarios.
Las cifras hablan por sí solas: cerca de 2.300 millones de personas de todas las edades tienen exceso de peso y más de 150 millones de niños padecen retraso del crecimiento.
El doctor Francesco Branca, director del Departamento de Nutrición y Desarrollo de la OMS y principal autor del informe, alertó sobre la nueva realidad nutricional a la que se debe hacer frente: “Todas las formas de malnutrición tienen un denominador común: sistemas alimentarios que no pueden ofrecer a todas las personas una alimentación saludable, inocua, asequible y sostenible”.
A juicio de Branca, para cambiar esta situación se requiere aplicar medidas en todas las etapas de los sistemas alimentarios: desde la producción y el procesado, pasando por el comercio y la distribución, la fijación de precios, la comercialización y el etiquetado, hasta el consumo y el desperdicio de alimentos.
El estudio recomienda dietas de alta calidad para combatir ambos problemas sanitarios: la lactancia materna durante los dos primeros años de vida; la diversidad y abundancia de frutas y hortalizas, cereales integrales, fibra, frutos secos y semillas; evitar productos a los que se haya añadido azúcar, grasa saturada, grasa tras y sal, etc.
No obstante, los sistemas alimentarios de muchos países han incrementado la disponibilidad de productos ultraprocesados vinculados a un mayor aumento de peso, han disminuido la cantidad de mercados con alimentos frescos y han reducido el control de la cadena de suministro de los supermercados.
El documento advierte que la exposición a la desnutrición en los primeros años de vida, seguida por el sobrepeso a partir de la niñez, incrementa el riesgo de padecer diferentes enfermedades tales como la diabetes tipo 2, la hipertensión y los accidentes cerebrovasculares, con la particularidad de que los efectos negativos pueden transmitirse de una generación a otra.
El informe también indica que, históricamente, las medidas para abordar las distintas formas de malnutrición en general no han tenido en cuenta factores importantes como la nutrición en la primera infancia, la calidad de la alimentación, los factores socioeconómicos y los entornos alimentarios.
En este sentido, señala que, si bien es fundamental mantener los programas contra la desnutrición, deben rediseñarse, destacando que los prestados a través de los servicios de salud, las redes de seguridad social, los entornos educativos y los sistemas agrícolas y alimentarios, ofrecen oportunidades para combatir las enfermedades relacionadas con la alimentación.
Fuente: ONU
Imagen: Pixabay
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